Desde chica descubrí que el arte era mi lenguaje para abordar el mundo porque me permitía crear belleza allí donde naturalmente no la había. Mi historia personal me llevó a considerar al arte un refugio para protegerme de un mundo en el cual no me sentía a salvo y, así, sobrevivir. Desde chica estudié danza, teatro, dibujo, música, escritura y todas las variedades de esos lenguajes que se presentaban en mi camino. Aprendí que el poder del arte es que nos hace volver a nosotros mismos, no lleva hacia adentro y nos permite comunicarnos con el afuera de una manera más genuina. Como docente me especialicé en la pedagogía de Educación por el Arte y empecé a dar talleres intentando generar refugios para otras personas. Todos mis talleres están pensados para generar movimiento, para experimentar, para salir de la zona de confort, para descubrirse. 
Me encanta dar talleres porque pasan cosas hermosas en los procesos creativos y para mí es un honor acompañarlos. He visto cómo quienes creían que no tenían “talento” para el arte se han sorprendido con los resultados de sus exploraciones en el taller.
También he visto cómo siempre las actividades generan un movimiento tanto interno de reflexión personal como externo a través del encuentro con los otros. E incluso he presenciado el nacimiento de amistades que perduran más allá de los límites de las clases.
Pasan muchas cosas en los talleres de arte además de la creación misma. Y esa es la magia que cada año me dan ganas de volver a vivir y compartir. Ese momento en que sentimos que algo mágico sucede en nosotros o en los otros es un momento extraordinario. Y para ser testigo de lo extraordinario hay que tener paciencia y perseverancia. Pero al final cada uno encuentra un tesoro que le queda de regalo para siempre. Creo que el arte está para eso, para ofrecernos tesoros que nos permitan pensar que podemos crear la realidad que nos imaginamos.